Es importante recordar que en la Segunda Guerra Mundial las Islas Británicas e Irlanda, dependían del comercio marítimo para poder sostener el ritmo de producción y para poder mantener el esfuerzo bélico.
Prácticamente el 80% de todas las materias primas necesarias para la industria militar debían llegar a Gran Bretaña por mar. Esto incluía petróleo, minerales, caucho, acero y un largo etcétera. La economía podía ser autosuficiente en relación a otros materiales como el carbón; (la producción de acero de tiempos de paz también se quedó corta durante el proceso de rearme). De la misma forma, las necesidades alimentarias más básicas de la población estaban aseguradas o podían estarlo a medio plazo en base a cultivos locales y a la ganadería. No obstante, el pueblo británico conocería la escasez durante la guerra y se acostumbraría a las cartillas de racionamiento.
El mismo mar que separaba al país del continente, y que probablemente le salvó de la invasión en 1940-41, encarecía considerablemente muchos productos, y hacía depender al Reino Unido del constante flujo de buques mercantes entre sus colonias y la metrópoli, y entre ésta y otros países neutrales o aliados durante la guerra.
Aunque Alemania era como he dicho el principal adversario de los británicos, no era la única amenaza. La Italia fascista había construido una gran flota, en la que se integraban acorazados remozados y puestos al día, así como cruceros pesados y ligeros excelentes, con modernas unidades menores y submarinas. Gran Bretaña necesitaba controlar para sobrevivir no sólo las aguas metropolitanas, sino también otras más lejanas, siendo especialmente importante el Mediterráneo. La flota italiana constituía un elemento a tener muy en cuenta (al menos a priori, antes de que demostrara su incompetencia) por parte de los estrategas aliados.
Pensad que si el Mediterráneo quedaba cerrado al tráfico mercante aliado, los buques cargados con los suministros y pertrechos que Gran Bretaña precisaba para sobrevivir que llegaban de Asia (caucho) y oriente medio (petróleo) tendrían que realizar un viaje mucho más largo bordeando África con un considerable incremento en la duración del viaje y en el coste del transporte de esos materiales. Además, cerrado el Mediterráneo, Egipto tendría muy complicado su refuerzo militar, igual que Malta y Chipre.
Antes de la guerra, parece evidente que se pensó que el elemento equilibrador de la balanza mediterránea, sería la flota francesa. Por desgracia, en 1940, la Royal Navy ya no pudo seguir contando con su apoyo (e incluso tuvo que verla como oponente al poco tiempo).
Además, había irrumpido un nuevo coloso en el panorama mundial. El Japón que había sido aliado del Reino Unido durante la Gran Guerra, había crecido espectacularmente, había expandido su dominio por gran parte de China y poseía ya una flota importantísima. Como se demostraría más tarde, la amenaza japonesa hizo que la Royal Navy se viera obligada a reforzar el Pacífico con unidades inadecuadas (o inadecuadamente desplegadas) teniendo que prescindir de ellas en el teatro europeo y atlántico.
En resumen, que los importantes números de navíos que hemos visto ya no parecen tantos ante tantas amenazas en lugares tan dispares del globo. La Royal Navy no llegaría a tener suficientes buques para tantas tareas, y al final fue la entrada en guerra de Estados Unidos y su impresionante crecimiento en producción industrial y construcción de buques lo que equilibró y más tarde inclinó favorablemente la balanza. Como ya hemos visto en el post anterior, la flota tenía que proteger extensas y abundantes líneas de comunicación marítimas para garantizar el esfuerzo de guerra. “Proteger” sugiere una flota con una doctrina defensiva evidente. Sin embargo, en cuestiones navales, la superioridad naval en un área es la que garantiza su control y su tráfico. El control de una zona marítima puede conseguirse con una doctrina ofensiva. Por ejemplo, pueden atacarse los puertos enemigos donde se concentra la flota adversaria y bloquearla. Esto ha ocurrido muchas veces en la historia, como por ejemplo en la guerra ruso-japonesa cuando la flota de Togo bloqueó a la del Zar en Port Arthur, o cuando la flota norteamericana bloqueó a la española en Cuba; y pueden realizarse bombardeos navales de bases enemigas para dañar instalaciones y barcos como hizo la Royal Navy contra la flota francesa de Vichy en Mazalquivir en julio de 1940.
Por supuesto, a una flota como la británica con su gran superioridad, lo que más le hubiera gustado hubiera sido encontrar a la pequeña flota alemana navegando en alta mar para poder destruirla en un solo combate y librarse de ella de un golpe. Pero la Kriegsmarine, conocedora de su debilidad no buscaba un enfrentamiento directo de dos flotas estilo Jutlandia. Para sacar el máximo provecho de sus barcos y de la situación estratégica de las Islas Británicas, los alemanes adoptaron nada más comenzar las hostilidades la guerra corsaria al comercio.
Esto suponía que uno o dos buques de guerra alemanes zarpaban en secreto (o eso intentaban) de sus puertos, burlaban (si podían) la vigilancia Aliada de los estrechos que dan acceso al Atlántico desde el Mar del Norte, y se “perdían” en la inmensidad atacando en diferentes puntos a todos los buques o convoyes que trasladaban cualquier clase de carga al Reino Unido.
Es una especie de “guerra de guerrillas” pero en el mar. Los corsarios (hubo de varios tipos, desde acorazados a cruceros auxiliares, pasando por cruceros pesados, acorazados de bolsillo y por supuesto, todos los submarinos) evitaban cualquier enfrentamiento con los buques de guerra enemigos. Huían de las zonas donde suponían que les buscaban y seguían atacando el comercio en otras áreas durante un tiempo antes de volver a cambiar de zona para burlar al enemigo que les pisaba los talones.
Esto obligaba a la Royal Navy a enormes esfuerzos militares y logísticos y le impedía mantener concentrada su flota. Normalmente, como en el caso del Admiral Graff Spee,
se creaban varias task forces integradas por acorazados rápidos, cruceros de batalla, pesados y ligeros ingleses o franceses, que se dedicaban a cubrir diferentes zonas intentando entre todas acorralar y destruir al corsario. En esta tarea, a Gran Bretaña le fue muy útil la presencia de bases propias a lo largo de todo el
planeta donde repostar y realizar reparaciones menores. Sin embargo, la caza del corsario, suponía un enorme consumo de combustible y tiempo, así como el empleo de numerosas unidades que debían esparcirse por grandes áreas. Además, la mayor permanencia de los buques en alta mar aceleraba su desgaste.
Sin embargo, no había otra opción. Un corsario como el buque de Langsdorff podía causar mucho daño y trastocar importantes rutas comerciales. En su carrera, este buque recorrió el Atlántico Sur desde la costa africana a la sudamericana, llegando a operar en el Índico para acabar en el Río de la Plata con constantes quiebros y cambios de rumbo para despistar a sus perseguidores.
Los cazadores, debían basarse en los pocos mensajes radiados por los buques apresados o hundidos por Langsdorff que tuvieron tiempo de transmitir, en la interceptación de mensajes del mismo Graff Spee y en cálculos logísticos tales como la autonomía y velocidad del adversario y la empatía profesional. Pero desde luego, era un derroche de medios.
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