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He titulado de esta manera a esta entrada ya que ese es el nombre del informe que el general Alfred Jodl, Jefe del Estado Mayor de Operaciones del OKW, escribió durante su estancia en la prisión de Nuremberg. Jodl dictó este memorando a la mujer de su abogado defensor mientras esperaba la sentencia del tribunal que lo juzgaba (sentencia que él creía absolutoria, o en cualquier caso jamás de muerte).Traducción literal: Entre los muchos conceptos más a menudo usados que comprendidos está la palabra “estrategia”. Casi todo el mundo la conoce, casi todo el mundo la usa, pero muchos no tendrían nada que decir si se les preguntara “¿Qué es, entonces, la estrategia?” La gente habla de ella porque sabe o cree que el éxito o fracaso de la estrategia en la guerra decide también su destino. De esta forma concierne directamente a todo el mundo, y todo el mundo la ve mucho más claramente que en el caso de los problemas operacionales de la batalla. Juzgar o criticar lo último (esto es, la táctica) es algo que la gente gusta de hacer, de hecho incluso el cuerpo de oficiales en la medida que no pertenece al Estado Mayor General. Eso es extraño. Pero en estrategia todo parece simple y directo. ¿No es obvio y manifiesto para cualquier profano que Hitler no debería haber atacado Rusia porque Rusia era más fuerte de lo que él creía que era, y porque la derrota era por tanto inevitable? ¿No es prueba irrefutable la horrorosa catástrofe que sufrió Alemania? En esos términos, no parece difícil describir los términos de la estrategia. Pero no es tan simple analizar los elementos y colores básicos en este paisaje, que debe ser hecho para reunir este cuadro aparentemente sencillo y obvio con sus detallas tecnológicos incesantemente complejos.Roosevelt y Churchill, Hitler, Stalin, y Chiang Kai-shek fueron los estrategas de esta guerra, y –prestando más o menos atención al consejo de los soldados que permanecían a su lado- intervinieron como caudillos sólo indirectamente en la real conducción de las operaciones militares.El lector debería tener un cuadro claro de esta transformación antes de que pasemos a considerar en gran detalle la influencia de Hitler en la guerra, en las campañas, y en las batallas individuales. De otra forma no podemos confrontar la cuestión que ha sido planteada una y otra vez: ¿Cómo fue posible para los profesionales y líderes militares alemanes permitir que un profano y antiguo cabo de la Primera Guerra Mundial les dictara la receta para la victoria y la derrota? Los que plantean esta cuestión todavía no han comprendido adecuadamente todo lo que es la estrategia en el sentido moderno.
Creo que es necesario definir el concepto en los siguientes términos: Estrategia es la suprema actividad de liderazgo en la guerra. Comprende la política interior y exterior, operaciones militares y movilización económica, propaganda y liderazgo popular, y debe armonizar estos aspectos vitales del esfuerzo de la guerra en términos de los propósitos y objetivo político de la guerra. Sólo cuando se comprende en tales términos el concepto de estrategia queda claro que ningún general sino sólo un estadista puede ser un estratega, aunque esto no impide la posibilidad de que ambas funciones puedan estar unidas en una persona, como fue el caso de China.
Hitler era un estadista. Era un dictador. Era el Comandante Supremo de la Wehrmacht y desde 1941 también Comandante en Jefe del Ejército. Había desatado la guerra, y correspondía a él y a nadie más dirigirla. De hecho, condujo la guerra. Fue Hitler quien dio la orden en la primavera de 1939 de preparar planes militares para el ataque sobre Polonia. Ningún soldado podía saber si el ataque tendría lugar, si sería o no provocado, una guerra de agresión o de defensa; pues incluso una guerra políticamente defensiva sólo podía ser hecha por Alemania –dada su posición central y la constante previsión de una guerra en dos frentes- como una ofensiva militar. Cuando la máquina de propaganda comenzó a rodar y se ordenó la movilización sobre la frontera polaca, todos los soldados dirigentes tenían completamente claras las cuestiones operacionales que debían afrontar, pero las políticas y estratégicas permanecían para ellos como un secreto oculto. ¿No había implicado el mismo Hitler e incluso declarado en sus discursos que esperaba confiadamente alcanzar un acuerdo con el Oeste? ¿Estuvo apoyada la movilización por una seria determinación de atacar a Polonia o fue solamente un medio de ejercer presión para una negociación, como había sido el caso de Checoslovaquia en 1938? ¿No estuvo esta esperanza confirmada cuando, el 26 de agosto de 1939, se detuvo el ataque ordenado? Los detalles de la lucha de las Grandes Potencias para preservar la paz eran desconocidos para el Comandante en Jefe y sus estados mayores, con la excepción de Göring.
Si hay algo que demuestra claramente el carácter revolucionario del método de liderazgo de Hitler es que no concedió a su estado mayor de trabajo militar, el OKW, y dentro de él, al Estado Mayor de Operaciones, el papel de asesor estratégico. Fallaron todos los intentos que realicé en esta dirección. Hitler quería tener un estado mayor de trabajo que tradujera sus decisiones en órdenes que luego él cursaría como Comandante Supremo de la Wehrmacht, pero nada más. El hecho de que incluso hombres como Federico el Grande vieran sus propios pensamientos y decisiones puestos a prueba y reexaminados contra las a menudo ideas contrarias de sus generales no tenía interés para Hitler, a quien molestaba cualquier forma de consejo con respecto a las decisiones mayores de la guerra. Nunca tuvo interés en escuchar cualquier otro punto de vista; incluso si eran insinuados rompía en un ataque malhumorado de rabiosa agitación. Surgían conflictos notables –e incomprensibles para los soldados- de la convicción casi mística de Hitler de su propia infalibilidad como líder de la nación y de la guerra. Reflejar individualmente la docena o más de decisiones que determinaron el curso de la guerra sería psicológica e históricamente tentador, pero no puede ser el propósito de este esbozo. El hombre que tuvo éxito en ocupar Noruega ante los propios ojos de la Flota Británica con su supremacía marítima, y quien con fuerzas numéricamente inferiores redujo la temida potencia militar de Francia como un castillo de cartas en una campaña de cuarenta días, ya no quiso más, después de esos éxitos, escuchar a los asesores militares que previamente le advirtieron contra semejante sobre-dimensión de su poder militar. Desde entonces en adelante no les pidió nada más que el apoyo técnico necesario para implementar sus decisiones, y el fluido funcionamiento de la organización militar para llevarlas a cabo.
Completamente aparte de los métodos arbitrariamente dictatoriales de Hitler, está la cuestión de la posición tomada por los líderes militares superiores con respecto a sus decisiones individuales. Variaron. Rechazo unánime, acuerdo unánime, o consejo dividido siguieron una a otra como en cada guerra y bajo cualquier régimen. Pero fue siempre Hitler cuyo espíritu sin descanso primero vio la luz en el oscuro futuro mucho antes de que los ojos de su estado mayor militar fueran capaces de percibir algo tangible o amenazante en la oscuridad, con una sola excepción: la ocupación de Noruega. El peligro que amenazaba nuestro esfuerzo de guerra si Inglaterra hubiera sido capaz de asegurar bases en Noruega y de esta forma bloquear la única salida segura del Mar del Norte al Atlántico fue percibido primero por la marina. Pero, como en el caso de todas las ideas que él mismo no había concebido, Hitler fue inicialmente escéptico y dubitativo, hasta enero de 1940 cuando tomó la iniciativa y ordenó la más audaz de las soluciones, una vez que ya no podía haber ninguna duda sobre las amenazadoras intenciones de Inglaterra.
Sin embargo, vayamos más allá, en las grandes memorias que en algún momento en el futuro formarán un libro sobre la estrategia de Hitler. Primero vayamos sobre la decisión de atacar en el Oeste. El Comandante en Jefe del Ejército (General Walther von Brauchitsch) no deseaba hacerlo. Permanecer a la defensiva en la frontera y a lo largo del Muro del Oeste, dejar que la guerra se adormeciera, era su deseo, su contribución a la paz, que buscó encubrir detrás de motivos militares, en particular la inadecuada preparación del ejército para tal gigantesca empresa. No todos los soldados dirigentes compartían esta opinión y creencia, pero era la opinión prevaleciente en el Alto Mando del Ejército. Hitler ordenó el ataque a través de Bélgica y Luxemburgo, más tarde también a través de Holanda. Uno tiene que utilizar el tiempo, dijo; no trabaja para nadie automáticamente, sino para quien hace buen uso de él. Y decidió atacar en el curso del mismísimo invierno. Todos los generales objetaron; no hubo uno solo de ellos que no advirtiera contra ello. Pero no los escuchó en absoluto. Sólo el dios del tiempo fue más duro que Hitler, negándonos el necesitado periodo de tiempo de deshielo. Fue necesario esperar a la seca primavera. Se escogió correctamente el 10 de mayo de 1940. Hitler preparó su ruptura vía Maubeuge hacia Abbeville. Había anulado la idea de amplio envolvimiento del Estado Mayor General (a través de Bélgica, como en el Plan Schlieffen) con una intervención inicialmente cuidadosa pero luego incesantemente tenaz y decidida en el liderazgo operacional. Una vez más la voluntad de Hitler triunfó y su fe se demostró victoriosa.
Primero colapsó el frente (enemigo); luego colapsaron Holanda, Bélgica y Francia. Los soldados fueron confrontados con un milagro. Todavía estaban asombrados cuando Hitler dio la orden de prepararse para la invasión de Inglaterra. Ocho semanas antes habrían considerado esta orden como el capricho de un demente. Ahora se aplicaban con fe ciega al trabajo, cuidadoso y confiado, examinando toda improvisación dudosa. Pero en septiembre la fuerza aérea británica no había sido subyugada. Göring era escéptico; Raeder era cauto; en el Alto Mando del Ejército estaban confiados; Hitler flaqueaba. Compartía la creencia del ejército de que Inglaterra podía ser batida en poco tiempo tan pronto como se estuviera bien establecido en la isla. Pero que el desembarco fuera exitoso dependía de imponderables náuticos que le eran extraños. Quizás esta decisión estratégica fue la única en el curso de la guerra en la que Hitler se dejó asesorar. Las advertencias del Comandante en Jefe de la Marina junto con una evaluación de la situación que yo preparé para él decidieron el asunto. Se abandonó el intento de desembarcar en Inglaterra. Hitler se volvió hacia el Mediterráneo para atacar a Inglaterra allí. Pero antes de hacerlo, tomó una firme decisión sobre el equipamiento del ejército, que –todo demasiado lento, burocrático y desfasado- había sido desde hacía tiempo una espina en su zapato. “El soldado debe luchar; ese es su trabajo. Todos los demás especialistas civiles lo comprenden mejor”. Creó el Ministerio de Armas y Municiones bajo Todt, dejando sólo la construcción de aviones y barcos a la fuerza aérea y la marina. Desde entonces Hitler determinó la cuota mensual así como la dirección y alcance de toda la producción de armas y municiones hasta el último detalle. Todo lo que tenía que hacer el Estado Mayor de Operaciones (OKW) era darle las cifras exactas: inventario, utilización y producción durante el mes anterior. Pero más allá de esto, la asombrosa visión técnica y táctica de Hitler lo llevó también a convertirse en el creador del armamento moderno para el ejército. Se debió a él personalmente que el cañón antitanque de 75 mm reemplazara a los cañones de 37 mm y 50 mm a tiempo, y que los cañones cortos montados sobre los tanques fuesen reemplazados por los cañones largos de 75 mm y 88 mm. El Panther, el Tiger, y el Königstiger fueron desarrollados como tanques modernos por propia iniciativa de Hitler.
Pero regresemos a la secuencia cronológica de las decisiones estratégicas. Hubo una pausa de respiro militar. Las consideraciones políticas se volvieron capitales durante la segunda mitad de 1940. Rumania solicitó instrucción y entrenamiento de tropas alemanas. Con reluctancia y cuidadosamente, pero paso a paso, Bulgaria se agregó a sí misma al Eje. Solamente España mostró una actitud más fría. No me meteré aquí en qué medida la influencia de Canaris sobre el generalísimo español jugó un papel en este asunto. Por encima de todo, fue amargo para Hitler tener que cancelar su plan de tomar Gibraltar con ayuda o aprobación española. Esta intención militar de Hitler tenía todo el apoyo de sus asesores militares, e incluso hoy no tengo duda de que el ataque sobre la poderosa fortaleza rocosa, que habíamos estudiado meticulosamente y preparado en detalle, habría sido exitoso.
Pero en vez de ser capaz de llevar a cabo este estratégicamente correcto plan militar, Hitler se vio a sí mismo limitado a sacar las castañas del fuego que Italia había provocado en nuestro esfuerzo de guerra conjunto. Por su propia iniciativa y a pesar de la actitud negativa del Alto Mando del Ejército, Hitler había ofrecido ayuda a su amigo Mussolini en África. Fue rechazada con la explicación de que los tanques no podían operar en el desierto. Pero luego en los últimos días de octubre de 1940 –violando todos los acuerdos para no perturbar la paz en los Balcanes- Mussolini atacó Grecia. Hitler, que deseaba evitar este ataque, llegó unas cuantas horas demasiado tarde a Florencia. Se encolerizó, pero aún más el dios de la guerra. Éste nunca había sido amigo de los italianos. Y ahora cambió rápidamente de lado. Los tanques ingleses echaron al batido ejército de Graziani a la frontera de Cirenaica, y en vez de conseguir una rápida victoria sobre los griegos, los italianos se vieron amenazados con la pérdida de Albania y las divisiones que allí la defendían con dificultad. La preocupación era ahora más fuerte que el orgullo en Roma, y los gritos de ayuda cruzaron los Alpes hasta la Cancillería del Reich en Berlín. Hitler decidió que en vista de la moderna guerra aérea de largo alcance tenía que hacer la guerra tan lejos de la periferia del Reich como fuese posible. Por tanto (Hitler ordenó) ayuda a África por medio de Rommel y unas buenas móviles tropas blindadas. No deseaba conflicto con Grecia, así que rechazó ayudar en Albania. Pero en la primavera de 1941 ordenó que se preparase un ataque a Grecia desde Bulgaria para el caso fuese necesario después de todo, o incluso obligado por un desembarco inglés en Grecia.
No hubo demasiadas consultas ante esas decisiones. Desafortunadamente estuvieron constreñidas, en tanto en cuanto los generales de Hitler se resistían al compromiso de fuerzas en diferentes teatros por razones puramente militares. Mientras tanto el espectro de una masiva concentración de fuerzas rusas en las fronteras orientales de Alemania y Rumania había tomado forma concreta, y Hitler estaba afianzando el pensamiento de una guerra preventiva. El mundo ha escuchado del Juicio de Nuremburg muchas voces que advirtieron contra esta marcha (sobre Rusia). Todos concuerdan en que fue definitivamente idea original de Hitler. Ambos (el hecho de que la idea se originó con Hitler y que fue advertido contra ella) son hechos históricos. Los jueces del tribunal acordaron para bien y mal la historia mundial en términos de correcto y falso. No me comprometeré aquí con ninguno de los dos juicios, tan sólo subrayaré que el peligro del Este fue visto por todos los soldados. Las opiniones diferían de si el peligro era realmente tan grave y si no podía haber sido tratado por medios políticos. Sobre esta cuestión será necesario esperar un juicio ulterior. Aquí estamos interesados solamente en la influencia que tuvo en la ejecución de la guerra de Hitler, y de ello puede decirse lo siguiente: la decisión de la campaña contra la URRSS, Plan “Barbarroja”, fue su decisión y sólo su decisión. Sin embargo, tomó la decisión final el 1 de abril de 1941. Pues en ese momento ocurrió un hecho que retrasó efectivamente el comienzo del ataque contra las fuerzas soviéticas casi completamente reunidas por cuatro o cinco semanas. Para Hitler fue como un faro que reveló las intenciones de Stalin.
Fue el coup militar en Belgrado la noche después del acceso de Yugoslavia al Pacto Tripartito. Hitler dictó virtualmente sus decisiones a los comandantes en jefe reunidos en el Ministerio de Exteriores del Reich. No toleró discusión alguna de si la actitud política del gobierno yugoslavo debería ser clarificada diplomáticamente en primer lugar. En cuanto a él concernía, Yugoslavia estaba aliada con Rusia, preparada para atacarnos desde atrás cuando nosotros estuvieras marchando contra Grecia, y estaba intentando establecer contacto con los ingleses, quienes al principio de marzo habían desembarcado en el Pireo. Y realmente el ejército yugoslavo se movilizó en las fronteras. El 6 de abril fue superado por tropas alemanas, a pesar de que éstas se habían concentrado apresuradamente, y en unas pocas semanas habían alcanzado el punto de disolución, aunque (éstos eran) los mismos soldados que entonces, escasamente equipados, mantendrían durante años una amarga guerrilla bajo el liderazgo de Tito, hasta que fueron convertidos en un nuevo ejército comunista.
El ataque sobre Rusia comenzó el 22 de junio. Se había desatado la guerra en dos frentes. Solamente podía llevar al éxito si era posible conseguir una victoria devastadora sobre el enemigo en un frente. Falló sólo por un poco, pero ese poco bastó, junto con la catástrofe del frío invierno, para llevar el tren de victorias de Hitler tras haber alcanzado esta culminación, sobre un sendero declinante. Cuando en 1942 decidió una vez más comprometer todas sus fuerzas en el intento de destruir al coloso soviético, no fue contradicho en principio por sus asesores militares; pero había muchos entre ellos que hubieran preferido ver el segundo mayor ataque en el Norte, comenzando con la captura de Leningrado, más que en la dirección del Mar Caspio. El gran éxito aparente de esta campaña terminó con la catástrofe sobre el Don y ante Stalingrado. Cuando hacia final del año Rommel, derrotado ante las puertas de Egipto, se retiró a Trípoli mientras los aliados desembarcaban en el África del Norte francesa, estaba claro no sólo para los soldados responsables sino también para Hitler mismo que el dios de la guerra había abandonado ahora a Alemania y pasado al otro bando. Con eso, la actividad de Hitler como estratega se terminó esencialmente. Desde entonces intervino cada vez más frecuentemente en decisiones operacionales, a menudo hasta cuestiones de detalle táctico, para imponer con voluntad inflexible lo que él creía que los generales simplemente se negaban a comprender: que uno debía mantenerse o caer, que cada paso voluntario hacia atrás era un mal en sí mismo. Las opiniones difieren sobre si de esta forma apuró o retrasó el final de la guerra. Una cosa sólo es cierta: nunca más pudo llegar a una decisión estratégica. Pero quizás ya no había ninguna que pudiera alcanzarse.
No podía rendirse. Ninguno de los oponentes consideraría negociar pues habían acordado la rendición incondicional como su objetivo de guerra. Por tanto, ¿qué tenía que hacer Hitler? Sólo podía luchar hasta el final o buscar su propia muerte. Había sido un luchador toda su vida, así que eligió este curso. Heroísmo o locura, las opiniones del mundo siempre diferirán. ¿No podía, para salvar a su pueblo de un sufrimiento innecesario, haber llegado a un final más temprano? Realmente, esta idea preocupó a Hitler durante los últimos días de su vida. Cuando me informó el 22 de abril (1945) de su decisión de no abandonar de nuevo Berlín para morir allí, añadió: “Debería haber tomado ya esta decisión, la más importante de mi vida, en noviembre de 1944, y nunca debería haber abandonado el cuartel general de Prusia del Este”.
Pero sus asesores militares, todavía se oye hoy a menudo, deberían haberle dejado claro mucho antes que la guerra estaba perdida. ¡Qué idea tan ingenua! Antes que ninguna otra persona en el mundo, Hitler sentía y sabía que la guerra estaba perdida. ¿Pero se puede abandonar a un Reich y a su pueblo antes de que estén perdidos? Un hombre como Hitler no podía hacerlo. Se dice que debería haber caído en batalla más que escaparse con la muerte. Él deseaba hacerlo, y lo hubiera hecho si estuviera físicamente más capaz. Así que no escogió la muerte más fácil, sino la más cierta. Actuó como han actuado y seguirán actuando todos los héroes de la historia.
Se había enterrado a sí mismo en las ruinas del Reich y sus esperanzas. Quienquiera que sea, que lo condene por hacerlo así. Yo no puedo.
Alfred Jodl
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